sábado, 20 de febrero de 2010

Seísmo

El temblor sólo dura un instante, por infinito y eterno que parezca. Llega y se va. Pero deja tras de si un panorama desalentador de devastación y una empresa complicadísima, durísima, de reconstrucción. Los momentos en que la realidad te coge por la solapa y te levanta un palmo del suelo, son iguales. Te mantiene así, mirándote a los ojos desde tan cerca, que sólo puedes mirar a través suyo. Entonces, cuando empiezas a acostumbrarte a esa óptica, a esa lente, te da un par de sacudidas y te arroja al suelo con repentino desprecio y sin aviso.

Ahí te ves, de pronto, yaciendo en el suelo y rodeado de fragmentos, pedazos y restos que deberías reconocer pero que ya no conoces. Lanzándote a hacer acopio de cuántos retazos y porciones de esa visión previa a la sacudida retenga aún tu mente. Disponiéndote a colocar pacientemente, pero con firme decisión, las piezas. Sentado en el suelo te sorprendes desagradablemente al comprobar que todas las piezas, del enorme macizo de retazos que tienes ante ti, encajan perfectamente unas con otras, da igual cual de ellas elijas, con cual quieras hacer casar la que tienes en tus manos, todas encajan a la perfección y a tu antojo. Entonces desesperas hasta caer en la cuenta de que la realidad no se dicta, ni se impone. Se persigue, pero no se captura. Se busca, pero no se encuentra. La realidad no se describe, no se dibuja, no se esculpe. Es etérea. No es un ancla, ni te obliga a varar. Y así te lo recuerda en ocasiones, aunque se manifieste bruscamente.¿Qué sería de ti sin tus circunstancias? ¿Sin tus anhelos? ¿Sin esas necesidades que sólo tú entiendes? ¿Qué sería de tu existencia sin que la realidad te recordase, catarsis mediante, que tuyas son las piezas de tu rompecabezas?

jueves, 11 de febrero de 2010

Polvo de recuerdos (1/?) 13 Perversiones.

Del mismo modo que no había sitio para más flores en los terrarios de la casa de Ellen y Mark, no cabía más dolor en las almas de Peter, Margarett y Rose, sus adorables, entrañables y queridísimos hijos.
Era relativamente reciente el tiempo en que todavía compartían techo padres y hermanos, hoy solamente Rose y su marido, Kevin, iban periódicamente a visitarlos y compartir mesa en fechas señaladas. En estos encuentros, siempre bien espaciados en el tiempo, se eludía hablar de determinados asuntos o de situaciones muy concretas. Inicialmente se evitaba porque los desagradables acontecimientos, aunque llevaban tiempo gestándose, se habían precipitado demasiado bruscamente como para poder tratarlos con un mínimo de objetividad. Sin embargo, esta actitud se había asentado definitivamente y nadie tenía el suficiente arrojo como para echar a perder la poca ilusión que se escondía tras aquellos eventuales ágapes, más aun, a sabiendas que, lejos de sacar algo positivo de ello, sólo se conseguiría desenfundar los reproches que todos guardaban con celo, además de arrancar las sangrantes costras que intentaban sanar en íntimo secreto compartido. Tan sólo Rose y, en consecuencia, Kevin eran capaces, en la privacidad y el calor de su propio hogar, de desahogarse de tanta opresión y angustia. Eran, no obstante, intentos infructuosos de despojarse de la pena, ella lo sabía con rotundidad y por experiencia, pero no desistía en su empeño, impelida más por una necesidad inconsciente que por un éxito que conocía harto improbable. Kevin tenía perfectamente asumido su papel en esos momentos, y se limitaba a acompañar a su esposa durante esos accesos de ira y amargura, esforzándose, cada vez con menor intensidad, en que su esposa aceptase las terribles circunstancias que había vivido y que atormentaban su existencia. (...)

martes, 9 de febrero de 2010

Torrent desbordat


"No, no necessito que m'ajudis, hòstia!", va exclamar. Estava realment emprenyada, mai no l'havia vist d'aquesta forma, bé, si hem de ser sincers, una vegada sí l'havia vist molt, però que molt emprenyada, potser no tant com avui, però gairebé. Resulta que s'havia empipat com una mona sense motiu, al menys jo no el vaig trobar d'entrada. El fet és que, quan vàrem arribar, trobàrem la Sílvia ben embolicada fent neteja per tota la casa, estava tot empantanat, era ben evident que no li donaria pas temps a endreçar-ho tot abans de marxar, i s'hi pujava per les parets. Jo, testimoni accidental de tot plegat, no trobava justificada aquella reacció només per què la Susanna li recordés a quina hora tenia la visita al metge aquella tarda, a més d'avisar-la que, per la seva banda, començava a endreçar el dormitori, que sinó faríem tard. Paraula que va ser l'únic que li va dir, jo en vaig ser testimoni, i a més ho va fer d'un mode ben innocent. En sentir aquell crit de la Sílvia, la Susanna va quedar ben glaçada. El rostre no li va canviar d'expressió durant uns segons, que se'm feren eterns mentre dubtava en intentar apaivagar els ànims o fugir per no pagar el beure, però les hi havia de portar jo, així que vaig descartar la fugida. De seguida, se li varen humitejar els ulls, no va arribar a vessar cap llàgrima, però estava més a prop de tenir dos torrents desbordats, que de poder articular una resposta, fos la que fos.

Així vaig entendre el que, per aquella parella, lluny de ser una visita mèdica rutinària, era allò més proper a l'amenaçadora sentència d'un tribunal.

viernes, 5 de febrero de 2010

L'homme qui marche I

¿Alguien se resiste a observar sigilosamente a este "caminante sin camino" durante horas?





Podemos convenir, discutir, echarnos las manos a la cabeza, indignarnos o congratularnos por el precio alcanzado por unos kilogramos de bronce fundido, pero es indiscutible que la escultura "L'homme que marche I", de Alberto Giacometti (1901-1966), ha marcado un hito.


La obra rebosa arte, creatividad y experimentación por cada uno de los poros que el bronce fundido, de la que está hecha, pueda tener. No cabe duda que la cifra pagada es difícilmente calificable, pero la pieza esgrime como argumentos el tener, por méritos propios, un lugar destacado en la iconografía y la experimentación del S.XX. En contraposición con las formas propuestas por Giacomotti, la figura transmite una naturalidad de movimientos muy difícil de explicar. Una obra maestra de 65 millones de libras, que es lo mismo que 74,1 millones de euros, o que 104,3 millones de dólares, en pesetas prefiero no ponerlo.


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